Un Tinder para toda la vida

Esta mañana mientras me acicalaba me sonó el celular y vi que eran mis 10 pretendientes del día en Shaadi. Shaadi es una aplicación que te bajás en tu teléfono y funciona como un Tinder pero en vez de buscar gente para salir y ver qué onda, se busca candidato para casamiento.

Cuando subís tu perfil te preguntan desde qué color de piel tenés hasta cuánta plata ganás anualmente. Y no todos los perfiles los suben los candidatos en cuestión sino que es muy común que los padres busquen pareja para sus hijos.

Si no fíjense en esta publicidad de Shaadi.com donde una madre sufre pues su hija no demuestra mucho apego por las tradiciones y no encuentra candidato para casarse. El padre le cuenta a la pobre mujer que gracias a Shaadi.com encontró como 50 posibles maridos para la joven rebelde.

Esto es muy común en India porque aun entre las familias más abiertas y modernas, cuando van pasando los años y los hijos no se casan, los padres empiezan a presionar. Ni hablar que los padres conservadores prefieren tener a todos sus hijos casados antes de los 25 años. Entonces, podés tener la suerte de que no te elijan a tu marido o mujer, siempre y cuando no pases de los treinta.

En tu perfil es obligatorio aclarar tu edad, comunidad (casta), color de piel, horóscopo (con ascendente, luna en qué planeta y demás), nivel de estudios, trabajo que desempeña el padre, sueldo y si la suya es una familia apegada a las tradiciones o no. Es que, aunque a ustedes les parezca demasiada información, piensen que se busca alguien para toda la vida.

Como este fenómeno me parece de lo más interesante decidí armarme un perfil en Shaadi y me llegan muchos candidatos cada dia, la mayoría de mi edad o mayores. Hombres de 32 para arriba que nunca estuvieron casados, con esto me refiero a que tuvieron raros si no nulos encuentros sexuales con el sexo opuesto. A eso hay que sumarle dos datos más: El primero, la mayoría de las mujeres indias están en la casa y salen poco y nada. Hoy viajaba en subte y confirmé una vez más que de los ocho vagones sólo uno está lleno de mujeres. En los siete restantes viajan hombres. Siete a uno. Y eso que vivo en la capital. En la calle también se nota la mayoría abrumadora de hombres.

El segundo dato: En india hay más hombres que mujeres. El estado donde hay diferencia mayor es Haryana, al norte de Delhi, con setecientas mujeres cada mil hombres. Es que como dice el refrán indio, «Tener una hija es como plantar una semilla en el jardín de otra persona». Son caras porque trabajan poco, hay que juntar plata toda la vida para la dote y una vez que se casan se mudan a vivir con su nueva familia. Entonces sucede que abortan o matan a las recien nacidas esperando que nazca un hijo varón al que después no tienen con quién casar. Eso da lugar al tráfico de esposas. Las compran de estados pobrísimos como Bihar o West Bengal y se las traen a Haryana para casarlas con estos hombres desesperados. Imagínense estas pobres mujeres, que son compradas por nada y deben cruzar medio país para ir a parar a una familia que en el mejor de los casos no la muele a golpes si se queja de algo. Y se tiene que acostar con un tipo que no eligió y fumarse toda la vida a una suegra insufrible.

Hay campañas para alentar a las familias a celebrar el nacimiento de una niña, pero todavía son inútiles en los estados más conservadores.

Mi amigo indio, (con el que ya me arreglé por cierto) me contó que ni en Shaadi puede encontrar mujeres. Que el 70% de los perfiles son hombres. Shaadi sirve sobre todo si sos mujer.

Entonces pienso y deseo unir soledades. Samrita y mi amigo indio. Los voy a presentar. Se imaginan?

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carroza en el Republic Day «Beti Bachao, Beti Padhao» significa proteger y educar a las niñas.

Es como estar enamorado

Ayer una compañera de trabajo me preguntó, en chiste, si le recomendaba la maternidad. Yo le dije que claro, pero que también le deseaba muchos años de próspera vida de soledad.

No soy de evangelizar la maternidad, no hago apología, pero ayer me insistieron y tuve que poner un ejemplo.

Estar enamorado, y sobre todo la primera etapa del enamoramiento, es de las cosas más intensas que nos pueden pasar. Lo recuerdo como algo que me partía al medio, me angustiaba perderme un día sin ver a mi amor, verlo mal era desgarrador, andaba todo el día pelotuda pensando en nosotros. Una especie de ceguera, porque una, loca enamorada, ve todo lo bueno del ser amado. Minimiza incomodidades, características indeseables se convierten en nimiedades: «le encanta el fútbol y ve todos los partidos que encuentra en la tele, no es divino? Me encanta su estilo hetero/bardero», «Es un colgado, no limpia nunca, pero bueno, es que esta cansado de tanto laburo», «tiene pulgas en la casa, pero porque recoge perritos de la calle»

Bueno, meses más tarde queres inocularle veneno al segundo partido del día, nadás en la mugre de su casa y descubrís, con poca sonrisa, que tu chico no solo tiene pulgas sino también piojos y te los acaba de contagiar.

Pero mientras dura ese enamoramiento es genial y te vuelve mejor persona. Bueno, con los hijos es así. Se siente muy parecido pero mejor y sostenido en el tiempo, o sea, la pelotudez llegó para quedarse.

Y a pesar de que el enamoramiento pasa y generalmente termina mal y nos lastima, es mejor vivirlo que guardarse para no sufrir, ¿no? Bueno, un hijo te revoluciona la vida y te cambia absolutamente todo, pero la recompensa paga cada sacrificio con creces.

Y lo digo hoy, sin dormir por la fiebre de Julia, con 40 horas de baby tv encima y la casa hecha un asco.

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El hombre bobo

Cuándo estaba embarazada temía morir de pánico ante el hecho inminente de tener un ser humano que yo había creado, que llegaría al mundo y dependería casi completamente de mí. No entendía cómo iba a poder cuidar a un bebé, como toleraría un cambio tan drástico. Y tuve meses y meses para pensarlo, para acostumbrarme al hecho. Sólo que ése ser que se movía adentro de mi panza fue un cuerpo extraño para mí. Como conté antes, si bien quería a la idea de mi hija, la sentía un poco un alien invasor al que no sabía si iba a amar.

Cuando la vi, nos miramos como sin saber quiénes éramos, recuerdo perfecto sus ojos de no entender nada, yo estaba igual. Cuando me la dieron la besé y vaya a saber qué hormona ayudó, pero empezó la sensación de felicidad constante y de ahí al completo enamoramiento que crece día a día.

Antes de parir deseaba que alguien cuidara a mi hija en diciembre para irme una semana de vacaciones sola. ¿Total? Con casi un año está bien dejarla con mi vieja unos días.
Hoy me mato de risa, ni loca la dejo ni siquiera un día entero. Es como si me amputaran algo, no puedo estar alejada de ella demasiado tiempo, apenas mis horas de trabajo o un rato con amigos, pensando, siempre, que en un rato la veré.

Entonces me pregunto: ¿Cómo hacen los hombres que rajan? ¿Qué se les pasa por la mente cuando deciden abandonar de alguna manera a sus niños?
Tiran «necesito aire», «la rutina me cansa», «yo esperaba otra cosa de mi vida», «quiero irme de mochilero a Centroamérica», «necesito tiempo para asimilar esto de la paternidad» con total naturalidad, como si un hijo fuera un cursito de idiomas al que les da paja ir.
Los hay que escapan sin dejar rastro, emulando a cualquier especie que se les ocurra que acostumbre a reproducirse y abandonar inmediatamente a la hembra para inseminar a otra. hay otros más osados que se quedan a medias: llamando desde lejos, escapando un tiempo a vivir un poco la vida de antes, los fines de semana. Entonces se creen los grandes padres porque están los sábados con su hijito, porque les compran la camiseta del Barcelona y alientan a Messi, porque les pasan más cuota de la que deberían. Después están los que abandonan desde la casa, que siempre tienen laburo que hacer o están demasiado molidos como para levantarse a la noche.

Todo lo que ellos no hacen lo aporta la madre, que no se separa, que nunca tuvo esa opción ni la consideró. Que cambió su vida, que no tiene el mismo cuerpo, que entrega, que vive para su cría.

No lo entiendo y me da pena. Es verdad que a nosotras nos queda el bardo, la panza y la poca vida social. Pero lo que estos hombres se pierden es lo más increíble de tener un hijo: es esa primera sonrisa de la mañana, es la primera vez que hace ese nuevo gesto, es notar que ya se sienta solita, carcajadas jugando con el agua cuando los bañamos. La rutina de criar a ese nuevo ser y aprender de él.

Así que, con todo el amor y el sarcasmo, una servidora les desea a los hombres bobos un feliz día.