Cómo conocí a Neena en un mercado de Connaught Place.

El día del colapso de mi vieja habíamos estado en Janpath, que es un mercado a cielo abierto en el centro de Delhi. En Janpath me gradué de regateadora profesional, Mamila me dio el diploma. Cada vez que vuelvo de comprar algo, Mamila me pregunta cuánto lo pagué. Al mes de llegar acá siempre pagaba todo el doble del índice Mamila. Hoy, a tres meses y medio de estar en esta ciudad, consigo todo casi a precio aprobado por mi Sai Baba de las housekeepers. Regatear no es una opción, hay que hacerlo porque es parte de la vida diaria. Es una especie de danza: pregunto en hindi cuánto cuesta un elefantito de madera con cara de que el elefantito no me convence demasiado. Este paso es importante. Si demostrás mucho interés por el objeto a comprar, sonaste. Saber preguntar en hindi y poner cara de que el elefantito es medio choto te da ventaja. El tipo tira un número que obviamente el elefantito no vale ya que fue elaborado por niños esclavos y su costo es casi nulo. Entonces ahí es cuando yo ofrezco exactamente la mitad de lo que me pide. El vendedor dice que mi oferta es ridícula y hace todo tipo de gestos y ademanes para explicar que si me lo vende a ese precio no gana nada y que es pobre y que tiene que alimentar a cuarenta hijos. Entonces yo le digo que OK, que no lo quiero y me alejo lentamente del puesto. El vendedor tira un numero menor a su primera oferta y yo contesto que no, que no me interesa y sigo mi camino. Entonces, a los gritos, el hombre me pide que vuelva y va tirando números cada vez más bajos hasta que yo amago a volver y hago mi última oferta. Èl se rehusa, me voy totalmente decidida mientras digo «nei, nei» y finalmente me responde que vuelva, que me lo vende al precio que yo quiero.

Parece cruel, pero es así. Si el vendedor no gana no me lo va a vender, o sea que si acepta es porque le conviene.

Este procedimiento sirve para casi todo, pero yo no lo uso con la tracción a sangre, o sea que a los cyclerickshaw pullers, por ejemplo, no les amarreteo el precio porque me parece horrendo, al contrario, siempre les doy mucho más de lo que me piden.

Volvamos al mercado. Estábamos caminando con mi vieja y yo ya tenía unos cinco o seis pobres atrás. A mí por alguna razón los pobres se me pegan, se dan cuenta de que soy débil y que siempre llevo cosas para dar en mi mochila, entonces cuando saco el primer paquete de galletitas o una ropita de bebé o un juguete, aparecen como hormigas y se agrupan a mi alrededor hasta que me desprendo de todo.

Neena me venía siguiendo y hablaba buen inglés. Me pedía que le comprase collares de cuentas, diez rupias cada uno. Yo no tenía cambio así que le dije que no. Mi vieja entró en un bazar y me quedé afuera charlando con ella. Le di unas vitaminas que me donó Gloria, una lectora del blog, una remera, chocolates.

Me agradeció y nos sentamos en el cordón de la vereda. Le pregunté cómo es que sabía hablar en inglés. Resulta que con once años tenía una historia como para hacer una serie de cuatro o cinco temporadas. Nació en Bihar y como era la cuarta hija sus padres la vendieron cuanto tenía cinco años. La vendieron por dos mil rupias, o sea menos de cincuenta dólares. Así fue como llegó a Delhi y pasaba todo el día enhebrando cuentas para hacer collares, los mismos que se venden en el mercado. Era un cuarto sin luz natural donde trabajaban todo el día a la luz de las velas y alrededor de una lona donde les entregaban el trabajo y sólo cuando terminaban podían comer y recostarse. Ella aprendió inglés con otros dos niños esclavos que trabajaban en ese cuarto de Old Delhi.

Años haciendo el mismo trabajo todos los días sin asomar la cabeza afuera. Lo único que evitaba que se mataran era que el capataz de ese grupo de chicos los dejaba hablar. No en inglés sino en hindi (aunque en Bihar se habla bengalí), pero ellos se las arreglaban igual. Como trabajaba muy bien la dejaron salir una tarde y nunca más volvió. Ahora, tres años después de la fuga, vive en las calles de Connaught Place vendiendo los mismos collares que hacía en el cuarto, sólo que los vende a los turistas usando el inglés que aprendió con los chicos que trabajaban con ella.

Cuando terminó de contarme yo estaba petrificada y el empleado del bazar donde había entrado mi vieja se acercó y me dijo: «ella dice la verdad, por favor cómprele».

Le dije que le compraba cinco collares a veinte rupias cada uno y que los eligiera por mi. Me los puse. Le prometí que iba a volver mañana sábado, con ropa de invierno y shampú para el pelo.

Rutina

Hoy pasó lo que le pasa a cualquier occidental en una ciudad como esta: el colapso nervioso.

Mi madre no aguantó más, no supo ya de dónde sacar buen humor y positivismo y me dijo todo lo que piensa de este país. Que lo odia, que piensa que me equivoqué, que soy terca y por eso no me vuelvo, que nadie en su sano juicio puede querer vivir acá, que soy una inconsciente por exponer a mi hija a todo esto. Que nadie puede ser feliz en una ciudad donde el smog no te deja ver el cielo celeste, donde hay bebés tirados en cada esquina, donde los viejos están abandonados a su suerte, donde todo el mundo sufre, donde el caos reina y todo es un mar de gente.

Me sentí mal por ella, triste porque la entiendo y porque no supe ser más firme y pedirle que nos viéramos en Roma.

Me angustié y me quise tirar en el sillón a llorar lo que exraño a mis amigos, lo que me cuesta que se venga el invierno mientras todos en Buenos Aires piensan en el verano. Me quise hacer un bollo y llorar hasta quedarme dormida y mañana será otro día.

Pero mi hija seguía a puro «yellow, green, párpl, blú, nana, ápl». Entonces me tiré al piso a pintar con ella y a preguntarle qué color es este y cuál este otro y qué es esto y la canción de los gatitos.

Cuando vi que ya era la hora, así toda sucia como estaba, le cambié el pañal, le calenté su mamadera y se la tomó tirada en la cama conmigo. Después se levantó y yo atrás suyo, apagando las luces del comedor y respondiendo al upa.

Entonces, con las luces de afuera, las que quedaron de Diwali, le canté la canción de cada noche mientras la miraba, con todos sus rulos en los ojos, haciendo fuerza inútil porque el sueño la vencía. Me quedé cantándole un rato más, y antes de quedarse dormida, como siempre, me dio un besito en el cuello.

la acosté.

Y pienso en las rutinas que a veces me agobian pero siempre me ordenan y me obligan a salir del drama. Porque, la verdad, no es para tanto. Todo va a estar bien. Y porque hoy me doy el gusto de dormir con ella.

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Templos, rituales y Néstor

Ayer fui al Lotus Temple con Arjit. Estuvimos más tiempo haciendo la fila para entrar que en el templo mismo, que siendo sinceros es bastante aburrido y sin gracia. Todo bien con la religión Bahá’í pero ponganme una estampita, algo. El hinduismo me tiene mal acostumbrada, si no hay una imágen toda colorinche de dos cabezas, sentada arriba de un tigre y con un demonio azul con una flecha incrustada, me aburro. El templo es lindo desde afuera pero entrás y hay sólo sillas. Arjit y yo queríamos parlotear así que nos fuimos rápido.

Quise pasar por el templo hindú que está cerca que ya visité varias veces, el Kalkaji Mandir, templo de la diosa Kali, que era un tanto maligna y sus fieles no es que le adoran sino que le temen. Y como para no, la imágen es un tanto perturbadora:

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Bien, en los alrededores del templo hay puestos donde podes sacarte una foto con tu divinidad preferida y te la imprimen por 50 rupias. Yo me saqué foto con Durga. Después pasamos por el parque de diversiones del horror e hicimos que los niños pobres se entretengan un rato pero esta vez en un inflable, para evitar tragedias.

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acá yo ofreciendole coco a Durga

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qué dulce el ratoncito, no?

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el barco pirata de la muerte

A la vuelta Arjit me contó la historia del dios Rama, que estaba casado con Sita y eran una pareja muy feliz hasta que ella fue secuestrada por el demonio Ravena y vivió con él en Sri Lanka durante un año. En el interín, Rama fue con su hermano y Hanuman, dios muy querido por todos los indios, y entre los tres la rescataron y mataron al demonio. Cuando volvieron a India, las malas lenguas influyeron en Rama para hacerle sospechar de la fidelidad de su mujer al haber estado tanto tiempo viviendo con Ravena. Sita le juró a Rama que había sido fiel hasta con el pensamiento y decidió demostrárselo haciendo el ritual de agni pariksha. Sita dijo que atravesaría el fuego y si había sido fiel con el cuerpo y el pensamiento las llamas no la consumirían. Así lo hizo y salió ilesa de las llamas. Eso no evitó que las habladurías siguieran y Sita terminara exiliada. Pero bueno, ustedes saben como es el mundo, un tantito injusto con las mujeres.

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Rama, Sita, el hermano de Rama y el capo de Hanuman

Hablando de mujeres y fuego, también comentamos el ritual de Sati Pratha, por el cual durante miles y miles de años las mujeres que quedaban viudas se inmolaban con sus maridos en sus piras funerarias. Algunas lo hacían por motus propio pero muchísimas otras eran obligadas a inmolarse. Esta práctica fue abolida en el año 1830 aunque se siguió practicando y cada tanto se escucha de uno u otro caso en la India rural.

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amorosos

Es que hasta el día de hoy las viudas no sólo tienen que enfrentar el dolor de perder a su compañero sino que para la sociedad son inservibles y quedan estigmatizadas por el resto de sus vidas. De por sí deben dejar los sarees coloridos y optar por los blancos o de colores claros y deben dejar de usar pulseras y cualquier tipo de ornamento. Si tienen mucha suerte podrán volver a casarse con algún hermano o familiar de su difunto marido y así permanecer en la familia, si no se recluirán en algún refugio o terminarán en la calle pidiendo limosna.

Mientras escribo esto, twitter explota por el aniversario de la muerte de Néstor y yo recuerdo que ese día estaba censando en Villa Fiorito y llegué a mi casa a las once de la noche completamente consumida por el llanto. El día siguiente lo pasé en la plaza con tanta gente que sentía lo mismo que yo. Eramos miles llorando al que nos había devuelto las ganas de creer en un futuro mejor. En India, este país que te consume y te abduce completamente, todavía tengo tiempo para recordarte con cariño, Néstor Kirchner.

Happy Diwali

Hoy se festeja Diwali, la fiesta de las luces del hinduismo que tiene lugar cada otoño entre octubre y noviembre. Los preparativos para la noche de Diwali arrancan cinco días antes. Hay que limpiar la casa y decorarla con estatuitas de los dioses, luces, velitas  y guirnaldas de flores naranjas y amarillas. Hay que ponerse el mejor vestido (si es posible que sea nuevo) y hacer ofrendas y rezos a  Lakshmi, diosa del dinero y la prosperidad. El cielo se cubre con fuegos artificiales y lamentablemente también explotan petardos a lo loco. Pero sacando eso viene siendo hermoso todo. La gente se regala cosas aunque sea un pequeños presentes, generalmente son dulces. Se comen muuuchos dulces, ya los he probado y son riquísimos. Hace cosa de tres días que cada vez que voy a comprar a alguna tienda me ofrecen dulces o un descuento especial y me saludan con un «happy diwali».

Mamila y Kamla me regalaron velitas hermosas para decorar el balcón y fue cuando me di cuenta de que se intercambiaban regalos así que fui a comprarles a ellas y dulces y chocolates a todos los empleados de la cuadra. A la dueña del edificio no le compré nada, fiel a mi estilo discriminador de ricos procasta.

Sipu, mi cyclerickshaw puller, está con su familia en Calcuta, fue gracias a una lectora del blog que me ayudó a hacer eso posible. Mandé un saree nuevo para su esposa y juguetes para su bebito.

Esta mañana sorteamos el pánico de la aglomeración de los mercados (si normalmente están abarrotados imaginen en diwali) y llevé a mi madre a Kotla. Compramos comida y llevamos juguetes donados por otra lectora que me mandó un paquete a Roma y nos fuimos a ver a la familia de Lala. No estaban, no entendí lo que me dijeron los vecinos, pero espero que hayan ido a visitar parientes y no sea nada malo. Ya me enteraré mañana o pasado cuando vuelva. Cuestión que me estaba yendo y me encontré con Lucky, Prem, Lakshmi y otros niños del slum y les repartí toda la comida y los dulces que había llevado. Se quedaron contentísimos con los juguetes y querían compartir la comida con nosotras. Siempre hacen eso en signo de agradecimiento. Me puso contenta darles una alegría en estas fechas.

Ahora me estoy yendo al depto de arriba, a la casa de una pareja de españoles con los que organizamos una reunión para algunos expatriados. Después de abarrotarnos a momos y dulces, subiremos a la terraza a ver los fuegos artificiales. Después les cuento cómo salió todo. Happy Diwali!

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esto se llama rangoli y son dibujos que se hacen con arroz, azucar o harina teñidas de colores y pétalos de flores.

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guirnaldas de flores para decorar las entradas

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esto es muy modesto y minimalista comparado con las luces de mi barrio.

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lakshmi and friends

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Que no se corte

La vuelta a Delhi fue rara. No me sentía cómoda, me malacostumbré a Roma y a Toscana y pensé que la etapa de la magia se había acabado. Los millones de indios en cada mercado, el smog, que oscurezca a las 6pm. En vez de ver todo colorido como antes, me sentí abombada y aburrida.

Es ahí cuando la India hace malabares para que la sigas amando y al caminar levantás la vista y te encontrás con un elefante todo ornamentado para las fiestas, un camello altísimo que te lleva hasta tu casa, las tiendas con millones de flores amarillas y naranjas, tantos sarees por las calles y Mamilas que te enseñan a usarlos.

Anoche llegó Andrés a casa y le dije que me sentía aburrida y triste. Yo soy muy dramática, chicos. Cuando veo todo negro no me levanta ni una damajuana de Rivotril. Andrés me dijo que tuviera paciencia, que ya iba a pasar. Esta mañana era mi primera mañana en Motia Khan luego del viaje. Llegamos en dos autos, éramos seis. Apenas los autos se detuvieron los niños nos vinieron a saludar con sonrisas que casi no entraban en sus caras flaquitas. Subimos al salón y empezamos nuestra rutina: lavado de manos, leche, calcio, vitaminas, avena, queso, frutos secos, dolores varios, lavado de heridas, quemaduras y luego un rato de juego. Enseguida la vi a la bebita a la que atendimos antes de mi viaje. Tenía parásitos y un dolor de panza que no la dejaba probar bocado. Hace tres semanas estaba flaca y apenas se movía, no podía ni caminar de lo débil que estaba. Hoy la vi sin esa panza hinchada, más gordita, contenta, corriendo. Andaba desnuda y con un buzo sucio y enorme. Se lo saqué y le probé un vestido que a Juli le queda chico. A ella le va casi perfecto. Lo escribo y todavía se me llenan los ojos de lágrimas. Es que soy cursi, sentimental, y verla tan recuperada me recuerda que lo que hacemos sirve y que aunque falte tanto y sea tan desesperante la situación de este país, cada chico merece una oportunidad, merece aunque sea un día de juego, un beso, un plato de comida, ropa limpia. Y también entendí que no puedo vivir sin mi trabajo, que es una sensación increíble y adictiva la  que recibo con cada sonrisa, con cada abrazo de agradecimiento. Sin eso me aburro y veo todo gris, esté en Roma o en Delhi.

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elefantito hermoso en Sundar Nagar

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que lindos son

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quiero vestirme así todos los días.

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no saben lo que cambió esta niña en tres semanas. Felicidad.

En Moscú casi me suicido.

Meses atrás, buscando pasajes para Roma, vimos que había uno barato pero con 14 hs de escala en Moscú a la vuelta. Me pareció genial tener la posibilidad de salir del aeropuerto y ver la plaza roja y alrededores durante todo el día. Estaba entusiasmadísima. Andrés me preguntó si estaba segura, si no me parecía complicado y cansador salir del aeropuerto a las 6am en una ciudad desconocida con mi madre y mi hija. Dije que no, que la aventura y la mar en coche.

Estando en Roma Julia arrancó con caprichos propios de su edad, sumado a que una noche antes del viaje estaba con fiebre y dolor de garganta. El pronóstico del tiempo en Moscú dictaba lluvia y frío. Mala Suerte.

Nos bajamos del avión en uno de los tres aeropuertos de Moscú, que está al norte de la ciudad y se llama Шереметьево (Sheremetyevo). Eran las 4:40 am y no habíamos dormido ni veinte minutos. Yo la pasé mal por la turbulencia y porque mi vecina de asiento tomó tanto vodka que el olor que destilaba era nauseabundo. La azafata le tuvo que decir que ya no había más (o algo así, pues hablaban en ruso) y la señora gritaba hirviendo de la rabia. Se tomó un litro de vodka.

Dejé a mi madre y a julia con las cosas en un bar del aeropuerto donde el 99% de la gente estaba tomando alcohol y me fui a buscar un ATM para poder sacar plata porque no aceptaban más que rublos. Nadie hablaba inglés. Ni siquiera en el box de información. Me empecé a preocupar.

Decidí cambiar y fui a una ventanilla. Andrés me había dicho que un euro eran cincuenta rublos. Le di veinte euros a la rusa y me dio 300 rublos. No me daban los números, aún con un cambio malísimo me tenían que dar al menos novecientos. Me quejé y la mina sin siquiera mirarme ni disculparse me dio el resto.

Volví al bar y mi vieja se fue al baño. Mientras le daba el jarabe para la fiebre a julia pasó un tipo con cara de que trabajaba secuestrando gente para traficar sus órganos. Me miró y agarró mi mochila como para llevársela pero una de las tiras se trabó y se le escapó de la mano, lo que me dio tiempo para saltar como loca gritándole. No insistió y se fue caminando, como si nada hubiese pasado. La gente impávida chupando cerveza. Yo sin entender nada.

A las ocho amaneció y nos tomamos el tren que llega al Metro para ir a la plaza roja. Tren divinísimo y nuevo. Por suerte termina en la estación de subte así que no había manera de confundirnos. Cuando bajamos yo quise preguntar qué metro nos dejaba en «kremlin, red square» y NADIE nos contestaba. éramos dos perdidas con una bebé dormida en brazos y bolsos en medio de una masa robotizada que ignoraba nuestras palabras. Saben lo que es que NADIE te conteste? Es desesperante. «Priviet! English?» Nada. Allá a las cansadas una chica nos hizo seña y dijo que en tres estaciones debíamos bajar. Así hicimos.

Salimos por la escalera mecánica más larga y soviética que vi en mi vida. Llovía y el cielo estaba gris suicidio.

Nos metimos en un café al lado del metro y pedimos capuccino con un tiramisú delicioso. «Va mejorando», pensé. Acto seguido Julia se largó a llorar y la empleada del café nos empezó a gritar señalando la puerta, entendimos algo como «si no se calla se van». No lo podíamos creer. Nos fuimos.

Caminamos bajo la lluvia y a la cuadra le dije a mi vieja que listo, que nos fuéramos a un hotel y pasáramos el día ahí, que mala suerte pero no podíamos con la lluvia, la bebé con fiebre y las mochilas. Andrés nos buscó hoteles cercanos pero a unos precios ridículos. Volvimos al bar donde nos maltrataron. Pensamos. OK, volvemos al aeropuerto y pagamos 1500 rublos cada una para el vip de aeroflot, así dormíamos un rato hasta nuestro vuelo. Mala suerte. Chau plaza roja, Kremlin y a puta madre que te parió.

Volvimos al metro y a preguntar cuál nos llevaba al aeropuerto. La única chica que contestó nos dijo que tomáramos el subte donde iba ella y bajáramos en la tercera estación OK, como en la ida. Bajamos. Tomamos el tren rojo hermoso. Todo iba bien.

Nos quedamos dormidas en el tren y me pareció que el viaje fue más largo. Como una hora y media más largo. Entre la confusión horaria y el cansancio, caminé con mi hija dormida en brazos hasta el aeropuerto sin sospechar lo peor:

Ese no era nuestro aeropuerto.

Fui a información y pregunté en ingles qué aeropuerto era. No sabían inglés ni había nadie que pudiese hablar. Igual yo lo sabía. Estaba en el aeropuerto equivocado y no podia hablar con nadie. Había tomado el metro equivocado y el tren equivocado.

Me tire al piso a llorar. lloré con las manos en la cara. lloré por mi hija que dormía afiebrada, por mi madre, que sin entender nada estaba comiendose ese garrón por mis ganas de aventura. Lloré por la hostilidad de toda esa gente que ni siquiera se detenía a ver por qué alguien lloraba así. Dos pilotos indios se agacharon a consolarme. Me dijeron que ese aeropuerto era Domodedovo y que estaba al sur de la ciudad, Sheremetyevo estaba al norte. Que no me tomara taxi porque no eran confiables e iba a tardar mucho por el trafico. «Tenés que volver al centro de Moscú en el tren, tomarte el metro otra vez hasta la estación de trenes que va a tu aeropuerto y volver a tomar el tren correcto»

Eran las 3pm.

Un taxista con pinta de asesino serial nos quiso llevar por 3500 rublos. Dije que no. Cien kilómetros en un auto con ese tipo ni loca. Otra vez tren. Ahí un chico ruso tipo modelo de revista me dijo qué hacer y me explicó todo. Igual cuando llegamos estaba tan cansada y eran las 4pm, así que decidí tomar un taxi desde la ciudad hasta el aeropuerto. La parada oficial no nos daba bola entonces recurrimos a un tipo que nos ofrecía llevarnos. Yo tenía 1500 rublos. Me dijo que quería dos mil. Me largué a llorar de nuevo. Eso suponía tener que buscar un ATM o volver a cambiar y ni siquiera sabía donde hacerlo, mi madre sostenía a mi hija que seguía dormida, sin comer y sin cambiarse de pañal en seis horas. Lloré tanto que el tipo me dijo que OK, que aceptaba 1500. Le pregunté en cuanto tiempo llegaríamos y dijo una hora.

Una hora después habíamos hecho apenas unas veinte cuadras. el trafico era tan insufrible que íbamos mas lento que la gente de a pie. eran las cinco de la tarde, estaba sin comer, sin batería y era muy probable que no llegara a horario al aeropuerto. Iba a perder mi vuelo y tener que quedarme ahí en esa ciudad horrorosa una noche o más. No podía ni pensar en tener que pasar por más problemas ni quedarme en esa ciudad tan agresiva.

Entre el llanto reaccioné y saque una toallita de bebé de la cartera. Abrí la ventanilla y saqué la mano con la toallita, moviéndola en señal de que llevaba a un enfermo. Al taxista le empece a gritar en inglés que se apurara, que tocara bocina, que hiciera algo que mi hija estaba enferma. El tipo me gritaba «this is Russia» como diciendo que nada iba a funcionar. Nosotras seguíamos gritando y Julia lloraba, ese auto era un loquero. El tipo, al borde del infarto, se abrió paso por la banquina y una hora de sufrimiento después, llegamos al aeropuerto. Con mi madre nos abrazábamos y el taxista nos miraba aturdido. Pobre tipo, le cagamos el día.

Llegamos corriendo y después de mil malos tratos por parte de absolutamente todos los empleados rusos, subimos al avión. A mi lado se sentó un indio. Me dijo «buenas noches, si quiere puedo cambiarle el asiento para que esté más cómoda con su bebé»

Sonreí. Casi estaba en casa.

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una estación de metro. vaya a saber uno cual.

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hombre ruso. malo.

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un tanto dificil de leer

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hermoso tren. capaz no era el que tenia que tomar. capaz.

Motia Khan, Roma y reflexiones de gorda ciclotímica.

Escribo desde el maravilloso living de mi suegra en Roma. No tenía muchas ganas de venir, pero ahora siento que estoy en el paraíso y que Delhi es como la película «Los juegos del hambre» pero real. Lo noto en el clima: más benevolente y fresco. El cielo: celeste sin la capa de contaminación que vuelve todo grisáceo y brumoso. Las calles: limpias y sin gente sufriendo en cada esquina. La gente se te acerca para preguntarte una calle, no para pedirte comida mostrándote alguna deformidad. Después me pregunto por qué tengo ataques de angustia donde pienso demasiado en cosas negativas. Obvio, vivo en una ciudad donde todo es dolor, esfuerzo físico y carencias. Una ciudad donde no se esconden las miserias, están a la vista y si tenés la suerte de no padecerlas, igual te arruinan cualquier pensamiento positivo, momento de espiritualidad y clase de yoga.

Ahora bien, siguiendo con el experimento, noto que acá vuelven el mal humor y la queja. No como antes de vivir en India, pero aparecen por momentos. Si en India soy zen y paciente, acá me peleo en la cola del supermercado porque una zorra tardona me hizo perder tiempo charlando con la cajera.

Otra cosa que siento: necesito cosas. Quiero un labial, unas cremitas y cortarme el pelo, remeras de colores, un pantalón y vestiditos. También zapatos.

En Delhi no sólo no compro nada sino que tengo mucho más de lo que necesito y créanme que tengo no más de seis mudas de ropa. Por eso en mis fotos siempre salgo con la camisa amarilla, porque sólo tengo dos camisas, chicos.

Roma es mucho menos hostil que Delhi, así que me siento como en casa. En Delhi hay que luchar por hacerse entender, por que no te cobren de más por ser blanca, por no llevarte a tu casa cinco niños cada día, no morir aplastada por un vehículo y hay que seguir adelante a pesar de todo lo malo que uno ve y que está naturalizado en la sociedad.

No soy muy amiga del relativismo cultural, si por mi fuera saldría con un hacha a matar vacas para darle de comer a todos los niños y ancianos hambrientos, pero debo reconocer que la cantinela que pregonaba toda oronda «no podría vivir en Roma, necesito caos y desastre, Europa no es el mundo real» me lo banco hasta por ahí nomás. O sea, hasta un Latinoamérica salgo airosa, ya Asia me viene pasando por arriba.

Entonces, igual pienso en Delhi como mi casa, sólo que sé que falta tiempo para acostumbrarme. Todavía me cuesta y si bien el aprendizaje es impagable, es un golpe a la salud mental. Tiempo al tiempo.

La semana pasada no pude hacer el post sobre Motia Khan, pero fui martes y miércoles y me gustó mucho. Lo que hacemos básicamente es ir hasta uno de los refugios -que son edificios ocupados por familias muy pobres donde hay de todo, desde cyclerickshaw pullers hasta gente que vive de mendigar en las esquinas- entramos en una sala que está limpia y dejamos pasar a una fila de niños, madres con bebés y embarazadas y les damos vitaminas, calcio y un desayuno nutritivo. También nos cuentan si les duele algo y en tal caso vemos si podemos aliviar el dolor o limpiar heridas etc. Es muy tierno verlos en la fila mostrando un dedo con un tajo que casi ni se ve, nosotras igual limpiamos el dedo y lo tratamos como si fuese algo de cuidado. Hay desnutrición, parásitos, no van a la escuela, hacen sus necesidades donde duermen y muchas de las madres se drogan, lo que hace que sus bebés también sean adictos o, si no lo son, padezcan las consecuencias en falta de alimento, enfermedades relacionadas con la falta de higiene y demás. Caos. Más de uno saldría corriendo. Pero por suerte nosotras no y la idea es ir cinco veces por semana y de a poco, cuando los vayamos recuperando, poder repartir kits de higiene y enseñarles cómo y cuándo deben asearse y más adelante vendrá la escuela o las clases ahí mismo. Me entusiasma formar parte del equipo porque en las dos veces que fui me enamoré de los chicos y sobre todo de una que me tocó desparasitar el miércoles. La tuve a upa un rato largo y cómo se aferraba a mí me partió el corazón. Prometí conseguirle ropa y encargarme de que se sintiera mejor. En fin, algo de eso es Motia Khan. Eso y francesas que hablan rapidísimo.

Alta vista del Vesubio en Nápoles.

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el refugio en Motia Khan

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