El día del colapso de mi vieja habíamos estado en Janpath, que es un mercado a cielo abierto en el centro de Delhi. En Janpath me gradué de regateadora profesional, Mamila me dio el diploma. Cada vez que vuelvo de comprar algo, Mamila me pregunta cuánto lo pagué. Al mes de llegar acá siempre pagaba todo el doble del índice Mamila. Hoy, a tres meses y medio de estar en esta ciudad, consigo todo casi a precio aprobado por mi Sai Baba de las housekeepers. Regatear no es una opción, hay que hacerlo porque es parte de la vida diaria. Es una especie de danza: pregunto en hindi cuánto cuesta un elefantito de madera con cara de que el elefantito no me convence demasiado. Este paso es importante. Si demostrás mucho interés por el objeto a comprar, sonaste. Saber preguntar en hindi y poner cara de que el elefantito es medio choto te da ventaja. El tipo tira un número que obviamente el elefantito no vale ya que fue elaborado por niños esclavos y su costo es casi nulo. Entonces ahí es cuando yo ofrezco exactamente la mitad de lo que me pide. El vendedor dice que mi oferta es ridícula y hace todo tipo de gestos y ademanes para explicar que si me lo vende a ese precio no gana nada y que es pobre y que tiene que alimentar a cuarenta hijos. Entonces yo le digo que OK, que no lo quiero y me alejo lentamente del puesto. El vendedor tira un numero menor a su primera oferta y yo contesto que no, que no me interesa y sigo mi camino. Entonces, a los gritos, el hombre me pide que vuelva y va tirando números cada vez más bajos hasta que yo amago a volver y hago mi última oferta. Èl se rehusa, me voy totalmente decidida mientras digo «nei, nei» y finalmente me responde que vuelva, que me lo vende al precio que yo quiero.
Parece cruel, pero es así. Si el vendedor no gana no me lo va a vender, o sea que si acepta es porque le conviene.
Este procedimiento sirve para casi todo, pero yo no lo uso con la tracción a sangre, o sea que a los cyclerickshaw pullers, por ejemplo, no les amarreteo el precio porque me parece horrendo, al contrario, siempre les doy mucho más de lo que me piden.
Volvamos al mercado. Estábamos caminando con mi vieja y yo ya tenía unos cinco o seis pobres atrás. A mí por alguna razón los pobres se me pegan, se dan cuenta de que soy débil y que siempre llevo cosas para dar en mi mochila, entonces cuando saco el primer paquete de galletitas o una ropita de bebé o un juguete, aparecen como hormigas y se agrupan a mi alrededor hasta que me desprendo de todo.
Neena me venía siguiendo y hablaba buen inglés. Me pedía que le comprase collares de cuentas, diez rupias cada uno. Yo no tenía cambio así que le dije que no. Mi vieja entró en un bazar y me quedé afuera charlando con ella. Le di unas vitaminas que me donó Gloria, una lectora del blog, una remera, chocolates.
Me agradeció y nos sentamos en el cordón de la vereda. Le pregunté cómo es que sabía hablar en inglés. Resulta que con once años tenía una historia como para hacer una serie de cuatro o cinco temporadas. Nació en Bihar y como era la cuarta hija sus padres la vendieron cuanto tenía cinco años. La vendieron por dos mil rupias, o sea menos de cincuenta dólares. Así fue como llegó a Delhi y pasaba todo el día enhebrando cuentas para hacer collares, los mismos que se venden en el mercado. Era un cuarto sin luz natural donde trabajaban todo el día a la luz de las velas y alrededor de una lona donde les entregaban el trabajo y sólo cuando terminaban podían comer y recostarse. Ella aprendió inglés con otros dos niños esclavos que trabajaban en ese cuarto de Old Delhi.
Años haciendo el mismo trabajo todos los días sin asomar la cabeza afuera. Lo único que evitaba que se mataran era que el capataz de ese grupo de chicos los dejaba hablar. No en inglés sino en hindi (aunque en Bihar se habla bengalí), pero ellos se las arreglaban igual. Como trabajaba muy bien la dejaron salir una tarde y nunca más volvió. Ahora, tres años después de la fuga, vive en las calles de Connaught Place vendiendo los mismos collares que hacía en el cuarto, sólo que los vende a los turistas usando el inglés que aprendió con los chicos que trabajaban con ella.
Cuando terminó de contarme yo estaba petrificada y el empleado del bazar donde había entrado mi vieja se acercó y me dijo: «ella dice la verdad, por favor cómprele».
Le dije que le compraba cinco collares a veinte rupias cada uno y que los eligiera por mi. Me los puse. Le prometí que iba a volver mañana sábado, con ropa de invierno y shampú para el pelo.