Preguntitas sobre dios

Casi como una provocación, creo yo, últimamente varias personas me han hecho la famosa pregunta:

¿la vas a bautizar a Julia?

¿Acaso piensan que con la maternidad y la onda más familiera que pegué también se me pegó la fe en dios?
Siguen:

¿pero por qué? Al menos hacelo por tu familia, tomalo como una tradición.

Por mi familia ya tuve que padecer muchos años, sin poder negarme, una religión impuesta que se me presentaba como la verdad absoluta.

Cuando tenía seis o siete años, mi amiga Valeria, criada testigo de Jehová, me habló del diablo. Estábamos sentadas en un jardín con árboles, un día perfecto de verano. Me dijo que el diablo estaba en todas partes, y cuando objeté que yo no veía nada me contestó: «es que es invisible. Puede estar arriba de ese árbol, mirándonos y queriendo hacernos mal, por eso hay que rezar y pedirle a dios.»

Yo entré en pánico. Todavía tengo la imagen de ese árbol y pensar al diablo, maligno, sentado en una rama. Imaginen el terror de pensar que cualquier cosa que hacés, si no la ve dios la ve el diablo y ese diablo es malo y dios si no hacés bien todo te manda con el malo a que ardas en un lugar un toque tremendo como te pintan al infierno.

hablarle de la idea del diablo y del infierno a un niño me parece uno de los daños más terribles que podemos hacerle. Es asegurarle una infancia llena de miedos.

Muchos años tuve terror a la charla de esa tarde con Valeria y lo que escuchaba de mis parientes católicos. Incluso tuve mucho miedo luego, cuando ya no lo creía, el miedo había dejado su huella.

No fue hasta mis trece años, cuando fui a una escuela católica que empece a cuestionarme la existencia de ese dios, que pregunté y no me supieron contestar más que con «la fe no se cuestiona, se siente» ¿? Qué manga de delincuentes.
Por suerte encontré mejores respuestas en libros y me consagré atea a los catorce.
Atea militante al principio y por muchos años, ahora soy atea tranqui, digamos que no saco el tema en una reunión familiar.

Pero ayer en el tren una niña de unos cuatro le preguntaba a su madre cosas sobre dios y yo escuchaba, con ganas de meterme y al final decidí que no. Una de las preguntas fue: «mamita por qué debo rezar si no quiero?» «Porque es la cura de todos los males, hija, si no rezas, te vas al infierno.»

Que pena me dio. Una niña tan despierta, con tantas ganas de saber, tan de chiquita se le pide que calle todo, que no pregunte más, que haga poco, lo que dice un libro viejo escrito por unos cuantos tipos. Se le habla de dios como una verdad, como que se tiene que abrigar en invierno o tal cosa no la puede comer porque le hace mal. Así, como si nada.
Ojalá pueda en algún momento cuestionarse y se le muestre otra opción para que ella elija con la que se queda.
Mi hija tendrá todas las opciones y ella va a elegir. Si elige a dios, estará bien para mí y la voy a acompañar de la mejor manera.

¿Escucharon esta canción? Si no, háganme el inmenso favor y si sí, ¡que genio este tipo, por el amor de Darwin!

Novedad

Ayer salí de la escuela a las cinco y cuarto y era día de feria, ya sabía que la vuelta a lo de mi vieja, donde dejé a Julia, iba a ser difícil.

Una profe me acercó a Olimpo, la avenida, pero estaba cortado más adelante y estaban quemando gomas, los colectivos no pasaban. Yo tenía que llegar a camino de cintura, volví a la escuela y esperé el 306 en la feria, este bondi va por otro camino. No pasaba ninguno y luego de media hora pasa una combi hecha pelota, para y desde adentro una mujer grita: «hasta Olimpo y camino de cintura cuatro pesos» me subí. Al llegar al corte nos dicen que nos bajemos, que no seguía, que no sabían del corte y tomaron un camino equivocado y mil excusas más. me re enojé. La gente bajaba, aceptaba callada la situación.
Después de discutir cinco minutos accedieron a llevarme por otro camino si pagaba cuatro pesos más. Me dijeron que me agachara porque ese camino es peligroso y «andaban a los tiros hace un rato». Ok, me agaché.

Ya cuando supe que iba a llegar hasta la parada del colectivo que me llevaba a Julia me tranquilicé y me puse a charlar con la mujer, para pasar el mal rato. Hace veinte años que vino desde La Paz. Habla perfecto aymara pero no lo usa casi. Esta cansada de la discriminación y me agradeció por hablar tantas cosas lindas de su país. Yo, loca, estaba extasiada babeandome contando cosas que amo de Bolivia y hablándoles en quechua pero me entendían poco y nada.

Llegamos a destino y luego de un rato, embarrada hasta el tobillo, me subí a la costera. Una hora después bajé y corrí las cuatro cuadras hasta lo de mi vieja como perro persiguiendo un hueso, con la imagen de Julia en la mente, no me importaba más nada que llegar y verla luego de trece horas.

Abrí la puerta y ahí estaba, mi chiquita, hermosa y risueña. Mi vieja me dice: «hoy hizo algo nuevo» y Julia, como si entendiera todo, arranca con un suavecito pero continuo «pà pà pà pà»

lo mismo te amo, hija

El ojo del amo

Madre mía lo perjudicada que queda una luego del parir.

El último mes ya vas desmejorando, retenés líquidos, no das más, te haces pis encima. Y si te toca en verano, como a mí, tenés que valerte de una pinza de la caja de herramientas y cortar los anillos y las pulseras que, descarada, pensaste que podrías seguir usando.

Ahora bien, NADA, NADA se compara con el después del parto. A mí se me vinieron diez años encima. Muchas arrugas en la cara, el colgajo, los kilos de más y las tetas que dejan de ser tuyas, y no sirven para ser el último bastión de la sensualidad, como cuando estabas embarazada, ya son el dispenser y están anuladas. Hasta te da vergüenza, cuando salís sola, que algún desubicado te diga «qué melone’ mami» porque son el alimento de tu criaturita.

Ahora bien, a lo largo de este camino de recuperación estamos solas. Nuestro bebé ya está afuera, sólo nosotras tenemos el cuerpo distinto, manoseado, público. La angustia de los cambios, el cansancio, el nuevo rol: todo es nuestro.

Hay días que me levanto y me siento tan fea y boba que tengo que aplicar la técnica salvadora que consiste en ir a la casa de mi amigo Miguel. Charlamos y el se ríe de mis chistes, me festeja todo, me pide consejos. Me dice que estoy casi como antes si no fuera por un poco de panza que me sobra pero que estoy re flaca, incluso mejor que antes porque estaba muy abajo del peso que me queda bien.

No se imaginan lo que significa eso para mí. Lo es todo. Vuelvo con el ego por las nubes, con una sonrisa, buenísimo humor.
Eso solo, ese ratito me cambia el día. Es el único hombre de mi vida que hace maravillas para mi autoestima. Mi hermano me hace reír y el padre de Julia soluciona cada problema que tengo, está cada vez que necesito algo, que me ahogo en un vaso de agua o que no sé cómo resolver cualquier cosa, fácil o complicada. Él resuelve todo.
No sé por qué necesito tanto de lo primero. ¿Apenas unas palabras valen más que el tiempo, que la ayuda incondicional? No creo que valgan más, pero esa empatía, sentirme aún divertida, graciosa y linda para alguien, aunque sea mi amigo desde hace diez años, es el mejor alimento para mi alicaído ego.

Sé que sólo es cuestión de tiempo para sentirme más confiada, segura y encontrar la nueva yo, que no es ni esta que soy ahora ni la de antes de embarazarme, pero, en el camino, me aferro a lo que me hace remar con más fuerza: mi hija, mi trabajo y los migueles que encuentre en el camino.

¿Cuál es el almohadoncito de plumas de su ego?

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Mariah te amo y amo cada gramo de grasa post mellizos.

Al trabajo con Julia

A las 8 dela noche sonó mi celular y era el abuelo de Julia, que estaba muy engripado y no podía cuidarla la mañana siguiente.

¿Qué hago? Porfi puede venir a la una recién, yo me tengo que ir a las ocho y pico de la mañana. Toda esa seguridad que tenía hasta el día anterior se me fue a la mierda. Estoy sola, mi bebita que sale recién de una gripe depende de mí y no sé que hacer.
No me convencía faltar, recién vuelvo de mi licencia y me encanta mi trabajo, no había avisado con tiempo y si faltaba iba a necesitar un certificado médico y llevarlo hasta Lomas a reconocimiento, o sea que igual iba a tener que salir con ella.

Me fui a dormir porque no daba más de la angustia. Obvio que la pasé a mi cama.

Al otro día me desperté bien temprano y tenía que decidir, pero ya no lo veía como una tragedia, la mañana me hace ver todo menos terrible.

La llevo. Mi directora va a entender, mis compañeras seguro me la tienen un ratito al mediodía y mis alumnos se van a portar bien. Ni hablar que sé que Julia no va a llorar en la tela.
¿Y si se contagia gripe o algo? Y bueno. Este es el trabajo de su mamá y ante un imprevisto tenemos que adaptarnos una a la otra. Hoy le toca a ella adaptarse a mí.
Preparé el bolso, la abrigué bien, la metí en la tela y salimos. Un bondi, el otro, teta en el bondi, (porque hacemos 20, hagamos 23) y llegar a la escuela.

Tal como me imaginé mi directora me recibió con una sonrisa, mis compañeros y alumnos también. Las maestras me la pedían en los recreos y yo descansaba un poco. Mis alumnos también la tenían, la hacían reír y se portaron increíble. Mis alumnos de 6to me emocionaron cuando, tipo una de la tarde, Julia se durmió en la tela y todos hablábamos bien bajito para que no se despierte. Me preguntaban cosas, la corrección de los ejercicios en el pizarrón, ida y vuelta al comedor, todo en susurros para no molestarla.
Las últimas dos horas ya estábamos muy cansadas, pero también se pasaron rápido.

Volvimos a casa a las siete de la tarde, luego de once horas y no dábamos más, mi espalda todavía duele, pero contentas, ella risueña como siempre, yo feliz porque todo había salido bien y pude cumplir con mi hija y con mi trabajo. Baño, comidita y a la cama (cada una en la suya esta vez).

Me quedé dormida pensando en mis chicos, en como son, lo bien que me hacen. Son lo más demandante que hay, pero ayer se dieron cuenta de que tenían que ayudar y lo hicieron. Estoy orgullosa de ellos.

Y en cuanto a Julia, siempre que pensaba en mi hija, desde chica, la imaginaba conmigo afuera. Llevándola en la espalda, como las cholas, en la naturaleza o por la calle, en viajes, de paseo. Siempre. Y, por ahora al menos, esta pasando.

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Girl power

Estamos en días difíciles, el papá de Julia está en Libia en una misión humanitaria con médicos sin fronteras y nosotras acá, todo el tiempo juntas, sin descanso, los únicos momentos que tengo niñera o abuelos son para reemplazarme mientras trabajo, el resto es mamá y Julia y viene siendo intenso.

Desde el día que se fue Andrés, Julia está con mocos, hace más de dos semanas, pero a la vez, en este tiempo cambió muchísimo y es otra Julia, mucho más interactiva.

Primero ya se sienta firme y derechita. Disfruta mucho de los baños, tenemos la rutina del baño antes de su hora de dormir y estamos un rato largo chapoteando con sus juguetitos.
Ahora come. Zapallo, zanahoria. No le gusta mucho la manzana pero toma el jugo y adora las galletitas de agua.
Cuando no estoy pasa horas sin tomar leche, se ve que esperando por mí, hasta que no da más y cede. Me recibe tirándome los brazos y totalmente eufórica. Está muy pegote y lo entiendo, no ve otra cara que la mía, pobre hija.
Ama a mi gato mayor, Camilo, y lo pellizca, él se deja y se tira panza arriba para que ella lo acaricie.
Y acá va lo mejor de todo: ahora la puedo dejar en el piso, con su mantita y sus juguetes mientras yo cocino, lavo, corrijo, twitteo, escribo o lo que sea. Siempre que estemos en la misma habitación ella se queda.

Nunca tuve problema con su sueño porque ella duerme mucho y yo duermo poquísimo (con cinco horas estoy perfecta) pero, hijita, me salvás la vida con esas cuatro siestas diarias.

En fin, eso que pensé que sería trágico viene dándose muy bien, cansador, pero bien, me baño menos, pero bien. No está nada mal, me gusta. Falta que nos recuperemos del resfrío y días lindos primaverales y estamos.

Girl power, little mother.

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