Meses atrás, buscando pasajes para Roma, vimos que había uno barato pero con 14 hs de escala en Moscú a la vuelta. Me pareció genial tener la posibilidad de salir del aeropuerto y ver la plaza roja y alrededores durante todo el día. Estaba entusiasmadísima. Andrés me preguntó si estaba segura, si no me parecía complicado y cansador salir del aeropuerto a las 6am en una ciudad desconocida con mi madre y mi hija. Dije que no, que la aventura y la mar en coche.
Estando en Roma Julia arrancó con caprichos propios de su edad, sumado a que una noche antes del viaje estaba con fiebre y dolor de garganta. El pronóstico del tiempo en Moscú dictaba lluvia y frío. Mala Suerte.
Nos bajamos del avión en uno de los tres aeropuertos de Moscú, que está al norte de la ciudad y se llama Шереметьево (Sheremetyevo). Eran las 4:40 am y no habíamos dormido ni veinte minutos. Yo la pasé mal por la turbulencia y porque mi vecina de asiento tomó tanto vodka que el olor que destilaba era nauseabundo. La azafata le tuvo que decir que ya no había más (o algo así, pues hablaban en ruso) y la señora gritaba hirviendo de la rabia. Se tomó un litro de vodka.
Dejé a mi madre y a julia con las cosas en un bar del aeropuerto donde el 99% de la gente estaba tomando alcohol y me fui a buscar un ATM para poder sacar plata porque no aceptaban más que rublos. Nadie hablaba inglés. Ni siquiera en el box de información. Me empecé a preocupar.
Decidí cambiar y fui a una ventanilla. Andrés me había dicho que un euro eran cincuenta rublos. Le di veinte euros a la rusa y me dio 300 rublos. No me daban los números, aún con un cambio malísimo me tenían que dar al menos novecientos. Me quejé y la mina sin siquiera mirarme ni disculparse me dio el resto.
Volví al bar y mi vieja se fue al baño. Mientras le daba el jarabe para la fiebre a julia pasó un tipo con cara de que trabajaba secuestrando gente para traficar sus órganos. Me miró y agarró mi mochila como para llevársela pero una de las tiras se trabó y se le escapó de la mano, lo que me dio tiempo para saltar como loca gritándole. No insistió y se fue caminando, como si nada hubiese pasado. La gente impávida chupando cerveza. Yo sin entender nada.
A las ocho amaneció y nos tomamos el tren que llega al Metro para ir a la plaza roja. Tren divinísimo y nuevo. Por suerte termina en la estación de subte así que no había manera de confundirnos. Cuando bajamos yo quise preguntar qué metro nos dejaba en «kremlin, red square» y NADIE nos contestaba. éramos dos perdidas con una bebé dormida en brazos y bolsos en medio de una masa robotizada que ignoraba nuestras palabras. Saben lo que es que NADIE te conteste? Es desesperante. «Priviet! English?» Nada. Allá a las cansadas una chica nos hizo seña y dijo que en tres estaciones debíamos bajar. Así hicimos.
Salimos por la escalera mecánica más larga y soviética que vi en mi vida. Llovía y el cielo estaba gris suicidio.
Nos metimos en un café al lado del metro y pedimos capuccino con un tiramisú delicioso. «Va mejorando», pensé. Acto seguido Julia se largó a llorar y la empleada del café nos empezó a gritar señalando la puerta, entendimos algo como «si no se calla se van». No lo podíamos creer. Nos fuimos.
Caminamos bajo la lluvia y a la cuadra le dije a mi vieja que listo, que nos fuéramos a un hotel y pasáramos el día ahí, que mala suerte pero no podíamos con la lluvia, la bebé con fiebre y las mochilas. Andrés nos buscó hoteles cercanos pero a unos precios ridículos. Volvimos al bar donde nos maltrataron. Pensamos. OK, volvemos al aeropuerto y pagamos 1500 rublos cada una para el vip de aeroflot, así dormíamos un rato hasta nuestro vuelo. Mala suerte. Chau plaza roja, Kremlin y a puta madre que te parió.
Volvimos al metro y a preguntar cuál nos llevaba al aeropuerto. La única chica que contestó nos dijo que tomáramos el subte donde iba ella y bajáramos en la tercera estación OK, como en la ida. Bajamos. Tomamos el tren rojo hermoso. Todo iba bien.
Nos quedamos dormidas en el tren y me pareció que el viaje fue más largo. Como una hora y media más largo. Entre la confusión horaria y el cansancio, caminé con mi hija dormida en brazos hasta el aeropuerto sin sospechar lo peor:
Ese no era nuestro aeropuerto.
Fui a información y pregunté en ingles qué aeropuerto era. No sabían inglés ni había nadie que pudiese hablar. Igual yo lo sabía. Estaba en el aeropuerto equivocado y no podia hablar con nadie. Había tomado el metro equivocado y el tren equivocado.
Me tire al piso a llorar. lloré con las manos en la cara. lloré por mi hija que dormía afiebrada, por mi madre, que sin entender nada estaba comiendose ese garrón por mis ganas de aventura. Lloré por la hostilidad de toda esa gente que ni siquiera se detenía a ver por qué alguien lloraba así. Dos pilotos indios se agacharon a consolarme. Me dijeron que ese aeropuerto era Domodedovo y que estaba al sur de la ciudad, Sheremetyevo estaba al norte. Que no me tomara taxi porque no eran confiables e iba a tardar mucho por el trafico. «Tenés que volver al centro de Moscú en el tren, tomarte el metro otra vez hasta la estación de trenes que va a tu aeropuerto y volver a tomar el tren correcto»
Eran las 3pm.
Un taxista con pinta de asesino serial nos quiso llevar por 3500 rublos. Dije que no. Cien kilómetros en un auto con ese tipo ni loca. Otra vez tren. Ahí un chico ruso tipo modelo de revista me dijo qué hacer y me explicó todo. Igual cuando llegamos estaba tan cansada y eran las 4pm, así que decidí tomar un taxi desde la ciudad hasta el aeropuerto. La parada oficial no nos daba bola entonces recurrimos a un tipo que nos ofrecía llevarnos. Yo tenía 1500 rublos. Me dijo que quería dos mil. Me largué a llorar de nuevo. Eso suponía tener que buscar un ATM o volver a cambiar y ni siquiera sabía donde hacerlo, mi madre sostenía a mi hija que seguía dormida, sin comer y sin cambiarse de pañal en seis horas. Lloré tanto que el tipo me dijo que OK, que aceptaba 1500. Le pregunté en cuanto tiempo llegaríamos y dijo una hora.
Una hora después habíamos hecho apenas unas veinte cuadras. el trafico era tan insufrible que íbamos mas lento que la gente de a pie. eran las cinco de la tarde, estaba sin comer, sin batería y era muy probable que no llegara a horario al aeropuerto. Iba a perder mi vuelo y tener que quedarme ahí en esa ciudad horrorosa una noche o más. No podía ni pensar en tener que pasar por más problemas ni quedarme en esa ciudad tan agresiva.
Entre el llanto reaccioné y saque una toallita de bebé de la cartera. Abrí la ventanilla y saqué la mano con la toallita, moviéndola en señal de que llevaba a un enfermo. Al taxista le empece a gritar en inglés que se apurara, que tocara bocina, que hiciera algo que mi hija estaba enferma. El tipo me gritaba «this is Russia» como diciendo que nada iba a funcionar. Nosotras seguíamos gritando y Julia lloraba, ese auto era un loquero. El tipo, al borde del infarto, se abrió paso por la banquina y una hora de sufrimiento después, llegamos al aeropuerto. Con mi madre nos abrazábamos y el taxista nos miraba aturdido. Pobre tipo, le cagamos el día.
Llegamos corriendo y después de mil malos tratos por parte de absolutamente todos los empleados rusos, subimos al avión. A mi lado se sentó un indio. Me dijo «buenas noches, si quiere puedo cambiarle el asiento para que esté más cómoda con su bebé»
Sonreí. Casi estaba en casa.
una estación de metro. vaya a saber uno cual.
hombre ruso. malo.
un tanto dificil de leer
hermoso tren. capaz no era el que tenia que tomar. capaz.